La formación a través de la Red está aumentando rápidamente en nuestra sociedad. La educación a distancia clásica, ha constituido la base de experiencia e investigación sobre la que ha ido creciendo, incorporando medios tecnológicos, para facilitar algunas de las funciones puestas en acción en el proceso de aprendizaje, tales como: conocer, comprender, observar, analizar, debatir, etc.

    Estos cambios tecnológicos vienen aparejados de cambios sociales que definen,  y a su vez demandan, un nuevo perfil de alumno.

    Entre el conjunto de rasgos de personalidad que determinan una disposición favorable para aprender en teleformación,  se constituyen como relevantes:

• Concienciación de la necesidad de aprender continuamente y aplicar esos conocimientos.
• Responsabilidad y madurez para ser constantes en el autoaprendizaje y administrar el propio tiempo sin necesidad de la presencia física y el reconocimiento permanente de otra persona; capacidad de autoestudio.
• Disciplina y constancia en el uso de los recursos ofrecidos; capacidad para diseñar y controlar un esquema de horarios.
• Automotivación para el desarrollo propio y el deseo de aprender más sin depender excesivamente de condicionantes extrínsecos.
• Creatividad y capacidad de adaptación a nuevas formas de trabajar y aprender.
• Autoestima y confianza en las propias capacidades de afrontar con éxito experiencias de aprendizaje autodirigidas.
• Equilibrio en la distribución de los tiempos de trabajo, aprendizaje y ocio.
• Actitud positiva frente a lo nuevo, y capacidad de esfuerzo y autosuperación.
• Habilidades de comunicación e interacción con el resto de alumnos y el tutor, aun cuando ésta tenga lugar por medios tecnológicos y sin la presencia física de las personas; capacidad de colaboración y trabajo en grupo.

Tras el análisis de estos datos, no es de extrañar que en los procesos de selección se contemple como un principio activo, el haber desarrollado acciones formativas a través de entornos virtuales de aprendizaje.